Depósito en Aveiro. Foto de Kim Labiós y Laura Belza |
Siempre he pensado que la felicidad es algo que se cosecha, y que cada año que pasa es un paso más de autoconocimiento y de acercarse al fuego que nos hace más libres y serenos.
La felicidad está en el silencio, en la ausencia de ruido. La felicidad está en el sol que nos calienta y en el sonido del mundo, lejos del rumor de las palabras.
Desde hace tiempo he venido limpiando mi vida de lugares y personas cada cierto tiempo, y lo he hecho para vivir, para sobrevivir, para volver. Cada año que pasa comprendo menos lo que ocurre a mi alrededor, estoy menos seguro de lo que es la vida, y pierdo capacidad de encontrar soluciones a nuestros problemas como especie. Cada año encuentro menos consuelo en las miradas y en las palabras, y encuentro más tranquilidad en el sol que nos calienta y en el rumor de las miradas y el aliento de los animales.
Por algún extraño motivo las personas estamos hechos de violencia y de caos, de chantaje emocional, de lucha, y nuestros cerebros empujan y agreden con las palabras, lejos del ronroneo y del arrullo de otros seres.
Cada persona te empuja en su corriente mental hacia un lugar, te estira, intenta ser el torbellino que te desastibilice, rudos son los caminos del ser humano que ha crecido en la ciudad, y toscos sus sus modales. El ego inunda a fuego a los demás, y rara es la persona que antes de escuchar y mirar tu silencio no escupa palabras y palabras por la boca, no como un dragón de fuego energético, sino como un enfermo cadaver de tos y de ceniza.
Para éste año sólo pido estár más tiempo en silencio, al sol, y poder alejarme a tiempo del ruido, evitar los momentos vacios, no tener que digerir tantas palabras ni alimentos, no contaminarme con los pensamientos venenosos... y tener un poco de intuición para no entrar en lugares o personas que me desestabilicen.